Guadalupe y Toledo: los caminos comunes de la fe y de la historia

Artículo de D. Miguel Ángel Dionisio, adjunto a la dirección del archivo diocesano del Arzobispado de Toledo

Quedan pocos días para que se abra la puerta santa de este año jubilar guadalupense, vivido en unas circunstancias muy peculiares, pero que sin duda se convertirán en momento de gracia a los pies de la Virgen Morena.

Desde el Archivo Diocesano de Toledo, queremos recordar algunos aspectos de la fe común, fe hecha historia, que ha unido la ciudad imperial con el santuario de Las Villuercas, un hilo que, a modo de cordón umbilical, ha llenado de vida cristiana la archidiócesis primada. Pretendemos hacer una evocación que nos aliente, en el camino a Guadalupe, con la memoria agradecida de lo vivido por nuestros mayores y con el compromiso exigente de transmitirlo a las generaciones venideras.

Una historia común que se remonta a los primeros momentos de la devoción guadalupense. Ya a principios del siglo XIV, cuando la pequeña iglesia original, en estado ruinoso, fue mandada restaurar, mientras la otorgaba varios beneficios, por el rey Alfonso XI, ésta se incorporó, transformada en un templo de estilo mudéjar toledano, al curato de Alía, en el arzobispado de Toledo.

Tras la batalla del Salado, en 1340, y en cumplimiento del voto del rey, el santuario comenzó a crecer en importancia, siendo, entre otras cosas, emancipado, a nivel de jurisdicción civil, de Talavera, de quien dependía, pasando al priorato secular erigido por el rey, priorato que poco después se convertiría en regular, al llegar en 1389 los monjes jerónimos.

El aumento de la devoción a la Virgen llevó, en 1383, al arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, a construir un puente sobre el Tajo, que daría lugar a Puente del Arzobispo.

Tras la desamortización de Mendizábal y la supresión de los jerónimos, Guadalupe, convertida en parroquia secular de la diócesis toledana, pudo salvar parte de su patrimonio, mientras las dependencias monacales eran vendidas o arruinadas, gracias al esfuerzo de los párrocos por conservar tanto el templo como sus anejos necesarios para el servicio parroquial, lo que permitió que se mantuvieran in situ, entre otras cosas, la maravillosa colección de zurbaranes de la sacristía.

El deseo de revitalizar el santuario, unido a la corriente que desde fines del XIX hizo crecer el interés por el monumento y al aumento de la devoción, llevó a que en tiempos del beato cardenal Sancha, en 1908, se encargara del mismo, la orden franciscana. Dicho proceso culminó con la coronación canónica promovida por el cardenal Segura en 1928. Los posteriores prelados toledanos, especialmente don Marcelo, que acompañó al papa San Juan Pablo II en su peregrinación, han proseguido en esta línea de cuidado y promoción.

La apertura del año santo por nuestro arzobispo, don Francisco Cerro, será un nuevo eslabón en esta cadena de fe y devoción que esperamos siga creciendo y produciendo fruto abundante de vida cristiana.

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