Artículo de D. Miguel Ángel Dionisio, adjunto a la dirección del archivo diocesano del Arzobispado de Toledo
El 15 de mayo de 1891 el papa León XIII promulgó la Rerum novarum, primera encíclica social católica. Dicho documento alentó el desarrollo de numerosas iniciativas que trataron de afrontar la llamada cuestión social, derivada de los profundos cambios surgidos con la Revolución Industrial, que habían dado lugar al surgimiento de la clase obrera, cuya lamentable situación se pretendía mejorar.
En España, poco a poco, y con no pequeñas dificultades, fue extendiéndose entre los católicos la preocupación por dicha cuestión, surgiendo sindicatos, cajas de ahorro, mutuas y otras instituciones que procuraron mejorar la situación de obreros y campesinos. La dirección de las obras católicas fue encomendada por los romanos pontífices a los arzobispos de Toledo, como primados de España, a partir del beato cardenal Sancha, vinculándose a los prelados toledanos el cargo de director supremo de la Acción Católica, siendo el sucesor de Sancha, el cardenal Aguirre, el encargado de aprobar las primeras Normas sobre la Acción Católica y Social en España. Pero sería con el siguiente primado, el cardenal Guisasola, con quien el catolicismo social alcanzaría un extraordinario desarrollo.
El cardenal Guisasola y la puesta en escena de la doctrina social de la Iglesia
Mons. Victoriano Guisasola y Menéndez, uno de los arzobispos más importantes que rigieron la archidiócesis toledana durante el siglo XX, pastoreó la sede primada de 1914 a 1920. Desde el primer momento, con la experiencia social adquirida en la diócesis de Valencia, impulsó el desarrollo, tanto a nivel nacional como diocesano, de un amplio programa social, que se concretó, en una diócesis rural como la de Toledo, en la creación de amplio tejido de sindicatos y organizaciones agrarias, promovidas, con el aliento del prelado, por los párrocos. En su instrucción pastoral del 1 de enero de 1915, dirigida al clero de la archidiócesis, Guisasola, al hablar de las características que debía poseer el sacerdote, señalaba la necesidad de utilizar, de cara a su labor pastoral, “las obras económico-sociales”, es decir, sindicatos, cajas de crédito, cooperativas, mutualidades, cajas de ahorro y otras análogas y que para ello se requería un clero ilustrado.
Toda la preocupación del cardenal Guisasola quedó plasmada en su pastoral “La Justicia y la Caridad en la organización cristiana del trabajo”, firmada el 12 de febrero de 1916. Esta carta ha sido definida como “el documento episcopal de su tipo más progresista de la historia del catolicismo social español hasta entonces”. En ella el primado se postulaba a favor de la corriente más avanzada dentro del sindicalismo católico, defendiendo la libertad del obrero para organizarse con independencia absoluta de los patrones.
Pronto, por toda la extensa archidiócesis toledana, que abarcaba entonces no sólo la mayor parte de la provincia de Toledo y los arciprestazgos extremeños, sino también amplias zonas de Guadalajara, Albacete, Jaén, Granada y algún enclave en Ávila, comenzaron a fundarse nuevos sindicatos, como en Santa Ana de Pusa, Castilblanco, Villaseca de la Sagra, Herrera del Duque, Pioz, Fuensalida, Navahermosa y en otros muchos pueblos. Sociedades de socorros mutuos había en Esquivias, Villarrobledo, Cuerva, Cabanillas del Campo, Iriepal, Horche, Novés, Consuegra, Usanos, así como otras de diverso tipo. El primado deseaba que cada pueblo tuviera su sindicato agrícola propio, pero en caso de que esto no fuera posible, instaba a la constitución de sindicatos comarcales, que comprendieran dos o tres parroquias.
Sindicalismo católico en la Puebla de Guadalupe
Fue en este contexto en el que se desarrolló, en torno a la parroquia y santuario de Guadalupe, un sindicalismo católico que trató de mejorar la lamentable situación de los campesinos de la Puebla. Merece la pena recordar aquella experiencia en el contexto del Año Jubilar, pues el compromiso social es una exigencia derivada de una vivencia coherente de la fe, que no olvida la necesidad de transformación de las realidades humanas, dándoles una impronta evangélica.
En Guadalupe se habían fundado dos sindicatos, el sindicato agrícola cooperativo guadalupense, en 1908, y el sindicato católico de agricultores y braceros, en 1912. Uno de sus grandes éxitos consistió en la adquisición de tierras, tan necesarias para aquellos campesinos pobres. El consiliario narró en el periódico El Debate, en su edición del 22 de febrero de 1919, cómo se había desarrollado el proceso, presentado como un caso ejemplar, capaz de comenzar a solucionar el problema agrario en Extremadura.
En efecto, el sindicato de Guadalupe inició unas gestiones con la marquesa viuda del Riscal, cuya familia poseía uno de los mayores latifundios de Extremadura, que abarcaban las poblaciones diocesanas de Guadalupe, Alía, Castilblanco, Valdecaballeros y Herrera del Duque, en total unas 33.000 hectáreas. Guadalupe, que contaba con unos mil vecinos, tenía en derredor, dividido en pequeñas heredades, algún término rodeado por dicha finca, insuficiente para la vida de sus habitantes. Desde hacía tiempo existía un malestar que se había ido agravando, llegando, en 1917, a manifestarse en forma de tumultos, debido a la falta de subsistencias. Para remediar ese malestar, se había fundado, con 26 socios solamente, un pequeño sindicato que, por la falta de crédito y otros problemas no pudo comenzar sus funciones de préstamos a sus asociados hasta mediados de 1913.
Los primeros años habían sido de indiferencia, burlas y desconfianza por parte de los vecinos del pueblo, hasta que la agudización de los problemas de subsistencia hizo surgir el deseo de una cooperativa, a cuyo desarrollo contribuyó, muy especialmente, un religioso hijo de San Francisco, Fr. Germán Rubio, consiliario de la Asociación, que no cesó de alentar a los sindicatos ni de trabajar por su prosperidad. De este modo el sindicato alcanzó los 200 socios, que empezaron a buscar soluciones a los problemas de los arrendamientos. En un primer momento trataron de gestionar las tierras en común, pero dadas las dificultades surgidas, consideraron que el único camino posible era el de crear pequeños propietarios, por medio de la adquisición de tierras de la casa del Riscal. Junto a ello hubo que superar otros obstáculos, provenientes sobre todo de la falta de entusiasmo de los asociados para la compra de las tierras que la casa ofrecía; sin embargo, poco a poco se acostumbraron a la idea de que para la solución del problema agrario del pueblo no había otra salida que el de la compra de tierras.
Otras dificultades aparecieron cuando la familia del Riscal señaló que las tierras que quería comprar el sindicato no estaban en venta; buscando una solución se desplazó a Madrid una comisión, formada por el consiliario, el presidente, el secretario y un socio, que se entrevistó con la marquesa y sus hijos, quienes, finalmente, decidieron donar en propiedad a los sindicatos de los dos pueblos de Alía y Guadalupe 1000 hectáreas.
Esto es tan sólo un pequeño ejemplo de cómo aquel sindicato católico contribuyó a la mejora de la vida del campesinado local. Otros muchos se podrían aducir, pero basta para hacer memoria de cómo, gracias al impulso de aquel Primado, hoy tan olvidado, en Guadalupe, al amparo de la Virgen Morena, se trató de llevar a la práctica las exigencias de la doctrina social de la Iglesia.
En el Jubileo Guadalupense: construir un mundo más justo
En este Año Jubilar también los peregrinos podremos, al encontrarnos con María, modelo de caridad, renovar nuestro compromiso con la construcción, desde el Evangelio, de un mundo más justo, fraterno y humano; de actualizar la urgente necesidad de una presencia transformadora, en medio del mundo, de todas las realidades humanas, que, como proclamaba el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes, son “gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.
Peregrinar a Guadalupe es una excelente ocasión para profundizar en el rico magisterio social de la Iglesia, y, para quienes, realizando su peregrinación a pie, se vean envueltos por la belleza que la naturaleza nos ofrece en los diversos caminos, ahondar en esa nueva faceta de dicha doctrina que es la preocupación por el cuidado de la casa común, desarrollada en la encíclica Laudato si´ del papa Francisco. Una lectura que puede acompañar en el camino a Guadalupe y servir de alimento espiritual al peregrino del siglo XXI.